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April 9, 2024 7 mins
Mt. 19.1-12; Marcos 10:1-12; Lc. 16.18

Los fariseos, como en otras ocasiones, vinieron a Jesús con una pregunta trampa para ver si este decía algo en contra de la ley judía. Esta vez, preguntaron a Jesús sobre el divorcio, si le era o no lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo. Una escuela de pensamiento dentro de la tradición judía permitía al hombre desechar a su esposa por cualquier motivo, desde una comida quemada hasta haber encontrado a otra mujer más joven y querer un cambio. Curiosamente, los mismos derechos no se le concedían a la mujer. Una vez más, la tradición estaba muy lejos de los deseos de Dios para su pueblo.

Jesús dejó a un lado la tradición judía y fue directamente a la esencia del asunto.
“Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.”

Jesús presenta el matrimonio como un paquete indivisible. ¿Cómo puede parte del paquete decidir que no quiere a la otra parte? Cuando Dios diseñó la unión de un hombre y una mujer en una sola carne, estaba mostrando la esencia de la Deidad. Y cuando esa carne unificada se rasga en dos, está dañando esa imagen de unidad que Dios quería representar.

Está claro que aquellos que no conocen a Dios no tienen el mínimo interés en preservar la imagen misma de Dios. Sin embargo, debería ser distinto con aquellos que han decidido vivir sus vidas para Dios. Por eso es que un matrimonio entre una persona que pertenece al reino de Dios con una persona que no ha entrado en su reino no es el plan de Dios. El ideal de Dios es que un hombre y una mujer que han puesto su fe en Cristo se junten en matrimonio para formar una unidad que busque representar la unión y el amor de Dios.

Pero qué lejos estamos a menudo de hacer esto en los matrimonios. Por esto la tasa de divorcio es tan elevada.

Los fariseos apelaron a la ley de Moisés para defender su caso: “Ellos dijeron: Moisés permitió dar carta de divorcio, y repudiarla. Y respondiendo Jesús, les dijo: Por la dureza de vuestro corazón os escribió este mandamiento, pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios.”

Cuando uno busca su propio bien ignorando o asaltando el bienestar del otro es cuando la idea del divorcio surge. Somos pecadores, como la Biblia indica, y esto se refleja en nuestras relaciones interpersonales, comenzando normalmente por aquellas más cercanas.

El plan de Dios es la unión que hubo en el principio entre Adán y Eva, mas la dureza de nuestro corazón, específicamente en el texto del corazón de los israelitas, había provocado una enmienda en la que se permitía el divorcio por causas específicas, la infidelidad y la rebeldía directa contra Dios, en la que uno no consentía en vivir con su cónyuge creyente. (Mateo 19:9; ver Jeremías 3:8)

Ya a solas con Jesús, los discípulos volvieron a sacar el tema. Y Jesús les explicó que tanto el hombre como la mujer, si repudiaban a su cónyuge para unirse a otro, estarían adulterando. Ni el hombre ni la mujer tenían derecho a romper la unión que habían hecho ante Dios simplemente porque habían encontrado a otro que les gustaba más.

Una vez más Jesús enfatiza, que si dos personas que dan fe de pertenecer a Dios están unidas en matrimonio, el pacto de unidad debe llevar garantizado el amor que Cristo tiene para su iglesia, un amor que busca el bienestar del otro. Cuando esto se hace mutuamente, no surgirá motivo de divorcio. Las situaciones de divorcio llegarán sólo cuando una de las partes del matrimonio deje de buscar la voluntad de Dios, y por desgracia, cuando esto ocurre, afecta a ambos, y muchas veces a otros fuera de la pareja, como los hijos y otros familiares cercanos.

La Palabra de Dios habla del matrimonio mixto, en el que uno de ellos ha conocido a Dios y el otro aún no. Esto lo encontramos en 1 Corintios 7:14. Incluso en esta situación, Dios no recomienda el divorcio si hay respeto mutuo. Aquí el creyente debe mostrar a Cristo en su vida, con la esperanza de que su cónyuge venga al conocimiento de Dios.


Sí, es cierto que en este mundo habrá situaciones en las que el divorcio es inevitable. Dios puede restaurar vidas destrozadas por el divorcio; puede en su misericordia bendecir uniones provenientes de previos desastres matrimoniales; pero es mucho mejor aún, si estamos en una unión entre creyentes o si el esposo no creyente está de acuerdo en convivir en armonía, buscar agradar a Dios y no permitir que el pecado destroce esta unión.

Que Dios nos ayude a ver cada aspecto de nuestra vida como Dios lo ve, y que cada matrimonio cristiano pueda reflejar la gloria de Dios al mundo.
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