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April 10, 2024 6 mins
Mt. 19.16-30; Marcos 10:17-31; Lc. 18.18-30

Estando Jesús en la región de Judea, vino a Él un joven rico que con gran respeto le hizo una pregunta que lo inquietaba.

“Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?”
Jesús le contestó conforme a lo escrito en la ley de los judíos: “si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.”

Este chico le preguntó: “¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta?
Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme.”

Este joven quería garantizarse un lugar en el cielo por su propio mérito. Ya hemos visto en la Palabra de Dios que nadie puede ganarse el cielo. Este chico afirmaba haber cumplido todos los mandamientos de la ley. Jesús, que conoce los corazones, ya le había dicho nada más llegar que bueno no hay más que uno, y este es Dios mismo. A los ojos de muchos, este sin duda era un ciudadano honorable. Y sin embargo, este chico al que nada material le faltaba, sentía que le faltaba algo para poder tener la seguridad de pertenecer al reino de Dios. Quería heredar la vida eterna. 

Jesús no le dice que no haya cumplido la ley fielmente. No le cuestiona las ocasiones, que las habría, en las que el joven habría infringido la ley en hecho o en pensamiento. Lo que hace es ir directamente a aquello que para el joven tenía más valor que seguir al Maestro. Le pide que venda sus posesiones, reparta lo que saque de estas a los pobres y lo siga. ¿Era este el proceder que Jesús sugería a sus seguidores? No, no lo era. Tenemos evidencia de Lázaro, su amigo, que junto a sus hermanas eran adinerados y dueños de una hacienda donde el Maestro se hospedaba cuando pasaba por Betania. No es que Jesús pidiera como requisito prescindir de riquezas para poder servirle a Él. Sin embargo, esto era lo que retenía a este joven. Jesús sabía que las riquezas le poseían y no él a sus riquezas. 

Cuando Jesús dijo que era difícil que un rico entrara en el reino de Dios, sus discípulos dijeron:  “¿Quién, pues, podrá ser salvo? Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible.”

Nos recuerda Mateo 19:25-26 que la entrada al reino es imposible, para ricos y para pobres. Mas Jesús la hace posible, porque lo que es imposible para el hombre, para Dios es fácil. 

Lo preciosos es que después de explicar el camino a la vida eterna, los discípulos abrieron su corazón preguntando al Maestro: 

“He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?
Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.
Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.”

La vida eterna es la herencia de todos los que de corazón han recibido a Cristo, mas Jesús les revela que los sacrificios hechos por el Señor aquí en la Tierra no pasarán desapercibidos. El haber sacrificado cosas materiales en esta vida o seres queridos por hacer la obra de Dios no compra la entrada al cielo para nadie. Mas Dios no deja sin recompensa aquello que uno hace por Él. 1 Corintios 15:58 dice: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.

¿Tienes ya la herencia de la vida? Está disponible gratuitamente para todo aquel que cree. Y no desmayes pensando que tu bien aquí en la Tierra pasa desapercibido. 

Jesús enseñó así en Juan 12:24-26 “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.”
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